Anoche todo
mi ser se estremeció. El noticiero estelar de la televisión cubana pasaba
imágenes de una agencia española sobre el impacto devastador del
supertifón Haiyán, que el pasado viernes
azotó a varias regiones filipinas.
El país ha
sido declarado en estado de calamidad. El meteoro entró por Taoclán, ciudad
ubicada en la isla de Leyte, con vientos sostenidos de 314 kilómetros por
hora y rachas de hasta 379.
Algunas
fuentes informan que la cifra de
afectados asciende a 11 millones 300 mil, mientras que cerca de 670 mil se
encuentran desplazados. Se estima que murieron poco más de 10 mil personas como consecuencia del impacto
directo del fenómeno natural.
Las imágenes
televisivas hablan por sí solas: llanto, dolor, muerte, destrucción, caos
absoluto; la vida se ha detenido, tratan de sobrevivir y se hacinan en los
pocos edificios que quedaron en pie.
Ya comenzó a
llegar la ayuda internacional con el envío de alimentos y otros productos de
primera necesidad.
El mismo
tifón impactó también a Viet Nam, pero ya con una categoría más reducida, al
menos 13 personas perdieron la vida. Asimismo tocó China, dejando ocho muertos
y una estela de destrucción.
Hombres y
mujeres de buena voluntad del mundo, miremos a los filipinos, los más desolados,
con los ojos del corazón, ellos hoy padecen hambre y sed, necesitan de nuestra
solidaridad…Esas imágenes no se me borran de la mente, quiero pensar que pronto
estarán mejor…
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