Este fin de semana, en Bayamo, Granma, Cuba, tuvo
lugar un acontecimiento cultural impresionante, cuando alrededor de una docena
de estatuas vivientes se apoderaron del Paseo de General García y captaron la
atención de quienes iban y venían por la calle donde confluye la mayor parte de
los centros comerciales, gastronómicos, turísticos y de otros intereses, en el Centro Histórico
Urbano de la ciudad.
Muchas personas, asombradas, se paraban delante de
las estatuas y miraban incrédulos tratando de descifrar si eran esculturas o
seres vivos, pues hacían una
representación fehaciente, permanecían largo tiempo sin pestañear ni moverse
ante los expectantes escudriñadores, nada las delataba, tenían la piel y los
atuendos pintados con acrílicos, en negro y rojizo con betas color oro, que da
una tonalidad cercana al bronce antiguo, estupenda imitación.
Sin duda, la presencia de las efigies sacó a
transeúntes de la monotonía, y yo me
recreé y animé para profundizar en el tema, esa forma de arte solo la había
presenciado en La Habana, capital de la República de Cuba, y en películas
españolas, francesas y argentinas, acto completamente novedoso.
En mi búsqueda supe que es un fenómeno de moda en
muchas urbes del mundo, y que su existencia se remonta a una práctica de la
Grecia Clásica, donde utilizaban el
disfraz de estatua para espiar al enemigo. Asimismo, se tiene constancia de que
en el Antiguo Egipto también desarrollaron este arte.
Entendidos en la materia afirman que en los tiempos
modernos quienes más lo han popularizado son los argentinos, tanto, que si
viajamos por la tierra, dondequiera que esta corriente esté vigente allí habrá
un argentino haciendo teatro del silencio.
Estuve aproximadamente dos horas observando la
reacción de mis coterráneos, cuando alguien les regalaba una moneda a las
estatuas vivientes ellas saludaban con una reverencia o cambiaban de posición
con movimientos corporales que se me antojan robóticos, pero lentos y
elegantes.
Acciones culturales como esta nutren el alma y el
espíritu, y se agradecen, sobre todo porque el artista no mide su entrega, al
amar lo que ejecuta, bajo un sol inclemente con temperaturas sobre 35 grados
Celsius, tremendo sacrificio, sin embargo, impasibles y distinguidos nos
mostraban su propuesta.